Norteña y nómada

Cuando era niña vi un documental de la Torre Eiffel donde explicaba cómo Gustavo Eiffel vivió dentro de ella. Ahí me di cuenta de dos cosas: que había un mundo por conocer y que quería vivir en esa torre, o mínimo conocer Paris.

Ahora, ya van a ser 3 años lejos del terruño (más otras leves escapadas) y cada vez que me voy de Chihuahua, se me hace un nudito en la garganta que se siente hasta el corazón.

Qué difícil es encontrar lo que buscas lejos de tus raíces. Ser un nómada contemporáneo, es llegar a contar que la vida allá es bien diferente: con más tráfico y menos tiempo para ir a la casa de tu abuelita a verla sólo porque andabas cerca de su casa.

Es decir que las calles están bien “reborujadas” y que te entiendan, que piensen que eres valiente porque te fuiste sola a un lugar tan lejos. Pero aunque ya eres adulta, algunas veces quieres escuchar la máquina de coser de mamá cuando estás en tu cuarto o que te mande por unas Tecates rojas al Oxxo.

Luego hay una etapa extraña en la que eres un híbrido de usos y costumbres, donde ya eres muy chilango para el norte, pero en la capital no te has bajado del caballo. 

Después, descubres lo bonito que es darte cuenta de que la ciudad de la que siempre quisiste irte, ya es un lugar del que no tienes huir, porque siempre te va a recibir con los atardeceres más chulos que has visto, y eso está bien.






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